Érase que se era un tipo muy cabrón. Todo lo que hacía era para fastidiar y, aunque era como un niño pequeño, había desarrollado la capacidad de llegar a fastidiar realmente. Molestaba, escocía, daba por el culo sin parar. No paraba quieto.
Cruzarse con él en la vida era una auténtica desgracia que uno arrastraba ya para siempre. Él sabía siempre qué era lo que tenía que decir para que te sintieras mal, y si en el momento exacto no estabas ahí, te llamaba por teléfono y te lo decía. Nunca fallaba a sus amigos.
Sus putadas no es que mataran, sólo flagelaban ligeramente una y otra vez. Así siempre podía experimentar nuevas perrerías con las que saciaba el continuo ardor que le consumía: putear, putear, putear. Los destinatarios de sus delirantes puteos a veces se cansaban de él y procuraban no cruzárselo nunca más. Entonces él se retiraba de la circulación por un tiempo y, cuando parecía que remitían sus ansias, atacaba de nuevo con renovadas energías.
Algunos arrojados perjudicados, presa de quijotesca indignación, le plantaban cara con aguerrida actitud. No sabían dónde se metían, los pobres. Firmaban su sentencia, pues pasaban a formar parte del club de sus puteados vitalicios. Esto les daba derecho a una media de tres o cuatro canalladas por semana, según mercado. No se cansaba nunca, vivía para hacer el mal de la mejor manera posible, que era muchas veces, despacito, dejando siempre la promesa de un nuevo pinchazo que de nuevo dolería levemente. Su vida era un chiste malo.
Un buen día, toda la gente a la que había fastidiado, que ascendían a un total de mil quinientas veintisiete personas, le pillaron por banda y se lo llevaron al descampado más hediondo que encontraron. Allí le despojaron de su ropa, se pusieron en fila y se cagaron y mearon todos en su cara. La policía lo encontró ya cadáver, pero no se lo llevaron porque cualquiera lo sacaba de allí. Además, ya estaba enterrado.
Hoy en día, en las noches de luna llena, se le oye aullar por las cercanías del cementerio. Pero nadie le hace ni puto caso, porque lo tienen ya muy visto y huele fatal. Una vez se le acercó el fantasma de Félix Rodriguez de la Fuente, creyendo que se trataba de un lobo cagando, pero al acercarse empezó a notar una fastidiosa sensación que le hizo desistir, y se fue a observar un lirón careto que estaba teniendo una polución nocturna.
Así que, aunque ya estaba muerto, se volvió a morir de asco y nos dejó en paz. Lo malo es que tenía miles de hijos, que poco a poco se fueron haciendo con el mando de miles de sucursales bancarias, donde continuaron la labor de su padre.
Pero bueno, los bancos siguen funcionando más o menos igual que antes de todo esto, no os preocupéis. Vuestro dinero está seguro, así que hala, a trabajar, se acabó la hora del bocata. ¿Qué hacéis todos en internet?
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el blog de la muchachada.
que pása, pájaro!!
1 comentario:
Jajaja
Me encanta la forma de cargarte al menda. A base de enterrarlo en mierda.
Que mente retorcida y guarra la tuya.
¿Esto de escribir significa que estas en crisis?
Muackis
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